viernes, 24 de octubre de 2025

La calle larga / Lawrence Ferlinghetti

 

                       




Esta calle larga
que es la calle del mundo
pasa a través del mundo
llena con toda la gente del mundo
para no mencionar todas las voces
de toda la gente
que alguna vez existió
Amantes llorones
dormilones y vírgenes
vendedores de fideos y hombres-sándwich
lecheros y oradores
banqueros deshuesados
inquietas amas de casa
enfundadas en nylons snob
desiertos de hombres de publicidad
manadas de chicas de escuela secundaria
multitudes de colegiales
todos hablando y hablando
o mirando por las ventanas
para ver lo que pasa
en el mundo
donde todo pasa
tarde o temprano
si es que realmente pasa
Y la larga calle
que es la calle más larga del mundo
pero que no es tan larga
como parece
pasa a través
de todas las ciudades y de todas las escenas
por todas las bocacalles
todos los boulevards
todas las esquinas
a través de luces rojas y de luces verdes
ciudades a la luz del sol
continentes en la lluvia
hambrientos Hong Kongs
Tuscalusas incultivables
Oaklands del alma
Dublins de la imaginación
Y la larga calle
rueda
como un enorme tren chu-chu
trepidando alrededor del mundo
con sus gritones pasajeros
y bebés y canastas de picnics
y gatos y perros
todos ellos preguntándose
quién es
el de la cabina allí adelante
manejando el tren
si es que hay alguien
el tren que corre alrededor del mundo
como un mundo rodando
todos ellos preguntándose
que es lo que pasa
si es que pasa algo
y algunos de ellos se asoman
y miran hacia delante
y tratan de ver al conductor
en su cabina de un solo ojo
tratan de verlo
de ver su cara
de agarrar su ojo
mientras se arremolinan en una curva
pero nunca lo consiguen
a pesar que de vez en cuando
parece que lo van
a lograr
Y la calle continúa rodando
el tren continúa rugiendo
con sus ventanas alcanzando
las ventanas
de todos los edificios
en todas las ciudades del mundo
rugiendo
a través de la luz del mundo
a través de la noche del mundo
con linternas en las esquinas
luces perdidas prendiéndose
multitudes en carnaval
circos de los bosques nocturnos
casas de putas y parlamentos
fuentes olvidadas
puertas de sótanos y puertas desencontradas
figuras a la luz de la lámpara
mientras el mundo continúa rodando
Pero ahora llegamos
a la parte solitaria de la calle
la parte de la calle
que atraviesa
la región solitaria del mundo
y éste no es el lugar
para que cambies de tren
Este no es el lugar
para que hagas nada
Esta es la parte del mundo
donde no pasa nada
donde nadie hace nada
donde no hay nadie
nadie
excepto tú
ni siquiera un espejo
para hacerte doble
ni un alma
excepto la tuya
tal vez
y aún eso
no está
tal vez
o no es tuya
tal vez
porque ahora te llaman
muerto
has llegado a tu estación
Desciende.


viernes, 17 de octubre de 2025

Jornada / Norah Lange

 



Aurora
Lámpara enredada
en un camino de horizontes.
Después, al mediodía,
en el aljibe se suicida el sol.
La tarde hecha jirones
mendiga estrellas.
Las lejanías reciben al sol
sobre sus brazos incendiados.
La noche se persigna ante un poniente.
Amanece la angustia de una espera
y aún no es la hora.


viernes, 10 de octubre de 2025

El mar / Roque Dalton

 





Hay grandes piedras en tu oscuridad tempestuosa
grandes piedras con sus fechas lavadas por tu sombra
porque hasta el sol de día cómese tu sombra

cruje en el frío despidiéndose del aire
que no se atreve a penetrarte.

Oh! mar donde los desesperados pueden dormir
arrullados por explosiones impasibles
alfabeto del vértigo paisaje diluido que los muros envisten
las gaviotas y la espuma de los peces son tu primavera
la furia es una pirámide verde
una resurrección del fuego más agudo tu clima
tu mejor huella sería un caracol
caminando con pasos de niño el desierto.

Amé siempre esas poblaciones disímiles
al parecer robadas de las manos del mar
pequeñas villas junto a la arena
puertos escandalosos en la ebriedad del salitre
caseríos tiritando entre la niebla llena de corales
grandes ciudades titánicas frente a las tempestades humilladas
aldeas de pescadores ciegos bajo un faro de aceite
factorías acechantes entre los manglares con un largo cuchillo
Valparaíso como una gran cascada en suspenso
Manta Puná puertos del Ecuador que me negaron las hojas
Buenaventura aromática como un gran puerto sucio
Panamá con los ojos punzados por la depravación
Cartagena siempre aguardando a los piratas hambrienta
willemstadt náufraga en los dominios del petróleo
Tenerife y su dulce copa de vino
Barcelona bostezando entre los bancos y los carabineros
Nápoles bellamente tumefacta
Génova Leningrado Sochi La Guaira Buenos Aires
Montevideo como una margarita
Puerto Limón Corinto
Acajutla en una lenta playa de mi patria
todos mirándose en el espejo grave que surcan los delfines
apartando como un sable veloz
las infinitas espigas de esmeralda



viernes, 3 de octubre de 2025

He venido para ver / Luis Cernuda

 





He venido para ver semblantes
Amables como viejas escobas,
He venido para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen.

He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí.

He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.

He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
Un día abrí los ojos: he venido.

Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;

Los niñitos de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.

Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.


viernes, 19 de septiembre de 2025

La exclamación / Octvio Paz

 




Quieto
           no en la rama
en el aire
           No en el aire
en el instante
                el colibrí


viernes, 12 de septiembre de 2025

Cuando, como una tumba veloz / Dylan Thomas

 






Cuando el tiempo te alcance, como una tumba veloz,
cuando tu calma y tu ternura sean una guadaña de cabellos
cuando el amor en su atavío se demore por la casa,
al subir por desnudas escaleras, paloma en coche fúnebre,
remolcada hacia el techo.

Cuando llegue el momento, como un sastre de acechantes tijeras,
entregadme que, tímido en mi tribu,
me hallo más desnudo de amor que la trampa del Cadáver
despojado de la lengua del zorro, su metro calibrado a medida del hueso,

entregadme, maestros míos, cerebro y corazón,
el corazón de la vela del Cadáver se funde
cuando la sangre con manos como pala y el tiempo de la lógica
hacen surgir los niños a golpes de pulgar
de la doncella y el cerebro.

Porque con rostro endomingado y plumeros en el guante,
casto y cazador, hombre con vista de fusil,
yo, a quien la capa del tiempo o el abrigo del hielo
tal vez no logren apresar con un círculo virgen
en la tumba precisa,

ando con fuerza propia por la comarca del Cadáver
mis maestros machacadores del cerebro teclean en la piedra
la desesperación de la sangre, la fe en el barro de la doncella,
la alarma entre castrados y la mancha de ácido
en la horquilla y el rostro.

El tiempo es una tonta fantasía, tiempo y tonto.
No, no, tú calavera amante, el martillo descendente
desciende, oh mis maestros, sobre la honra traspasada.
Tú, calavera héroe, el Cadáver guardado
ordena que el bastón se quiebre.

El gozo no es una nación que llama, señor y señora,
ni la fusión del cáncer, ni la pluma del verano
encendida en el árbol abrazado, ni la cruz de la fiebre,
ni el alquitrán de la ciudad, ni el túnel horadado para nutrir al hombre
a través del asfalto.

Apago las velas en tu torre del techo
el goce es el llamado del polvo, la bala del Cadáver
del retoño de Adán tras su envoltura,
el amor es una patria con luces de crepúsculo y el cráneo del estado
señor, es tu propia condena.

Todo termina, se termina la torre
(abandona la casa de los vientos) y la oscilante escena,
la pelota de pie que depende del sol
(tu verano se esfuma) con la piel de cemento
y el final de la acción.

Todos, hombres, mis hombres dementes, el viento insalubre
contagia la tos del silbador, el tiempo en acecho
prepara una muerte de ceniza; el amor con sus tretas,
es el hambre gozoso del Cadáver, mientras vosotros alcanzáis
el mundo a prueba de besos.



viernes, 5 de septiembre de 2025

Latidos / Eugenio Mandrini

 




Este es mi corazón: una bomba de tiempo impreciso.
Para vivir, se alimenta de pájaros a los que traga como
    una jaula. Pájaros cuyo piar resignado se confunde
    con latidos.
Para vivir, también me hace creer ilusiones fantásticas:
    ser Omar Kahyam cubriendo con odres sin término
    cráteres lunares
    ser el perro que al fin es dueño de un baldío
    techado con huesos robados a cementerios jóvenes
    o ser quien salta al aire montado en una escoba
    con cabeza de mujer cuya voz me susurra que soy yo
    su amor, su único amor, u arrasador amor.
Alguna vez mi corazón fue una cruz que habla, que dijo:
    “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Y yo hice
    silencio, porque él era sólo mi corazón, no mi hijo.
Otras veces muerde, y es como una trampa que desmenuza
    las costillas de un oso; tanta es la mordedura
    que la desearían en invierno, la crueldad,
    los espejos que delatan la decepción
    o palabras como nudillos-huesos-alaridos.
 
                 Pregunto: ¿es mi corazón el
                 autor de la frase: “Sus ojos
                 se cerraron y el mundo sigue
                 andando?
 
Mi corazón a veces se emociona. Y cuando esto sucede
    siento que Archimboldo me transmuta las orejas
    en jardines, los pómulos en hojas de un otoño de
    limones explotando, y una humedad parecida al
    brillo de los bosques me decora, como pulpa,
    la sonrisa.
Otras veces me asusta. Y cuando mi corazón se asusta es
    como un parir por la garganta al amigo agonizando,
    a la cama de Dios solitaria y desnuda, o
    un rayo deshaciendo al árbol que daba sombra
    a los insolados.
 
                  Insisto, corazón, ¿eres tú
                  quien escribió que la vida es
                  sueño? ¿Eres quien da la
                  orden de detenerse o continuar
                  a estas piernas de furioso día,
                  de endeble noche?
 
Pero no. ¿Cómo podría yo querer esconder tu isla y
    naufragarte? Sucede que me aferro a una mujer
    —días sin conjeturas en los remos de su abrazo—
    y olvido tu borrasca y bebo de otro mar
    y sus orillas.
En el fondo, corazón, quiero creer que estás enamorado
    solo de la tierra profunda, donde bullen
    las hormigas
    los topos
    las papas cuyo destino presienten el hervor
    los muertos amados que regresan solo un poco menos
    muertos
    los muertos odiados que ya nunca
    y Julio Verne en el centro del descenso.
Corazón: vivamos juntos mientras seas penumbra que emerge
    de la luz más antigua e instantánea.
¿Qué haría yo contigo si pudiera? Oh, nada del otro mundo,
    Corazón. Sólo devorarte los párpados para
    Que continuaras despierto.
Ramponi, un poeta, al hurgar en tu océano de sangre,
    escribió que todo es posible: el corazón lo sabe.
    Ah, Ramponi, amigo mío nunca visto. ¿Y si el corazón
    el saber y calla, qué será de nosotros
    remeros en la arena?
Pero no te estremezcas, corazón: no hay en mí nada
    nada natural y espantable como por caso un búho que
    descubre a la rata y se abalanza como un meteoro
    negro y la lleva consigo y la devora y entrecierra
    los ojos y después dormita. En mí hay sólo
    un desconocido ciudadano que escribe desde
    su refugio de papeles expuestos al fuego, hasta
    que la cercanía del vecino presienta que ni él
    ni yo estamos solos, aunque vivamos sitiados
    por el terror y la ilusión.
 
                   ¿Fuiste tú quien escribió
                   que el resto es silencio?
                   ¿Lo fuiste, corazón?
                   ¿Me escuchas?
 
Este es mi corazón: una bomba de tiempo impreciso.