domingo, 19 de diciembre de 2010

Algunos poemas de La rosa líquida

Única voz




Arriba de la tierra,
entre el musgo las hojas,
papeles envoltorios abandonados,
existe el poema.
Sobre la cáscara de naranja
derramándose por un tacho de basura.
O desde una luz muerta
perdida encontrada en el patio,
existe el poema.
Debajo de nuestros pies,
nuestras suelas desoladas,
los montones de piedras,
existe el poema.
Sobre el jardín, la antesala,
el pasillo de nuestra casa,
el olor a humedad, la madera
que se rasga en formas,
existe el poema.
Hacia la calle, cualquiera camino,
la soledad de los pasos,
la estación del ferrocarril,
las flores traspasadas por vías,
existe el poema.
Existe el poema en el subterráneo,
en los afiches, las botellas
reflejando el brillo, esa luz
de faroles en el andén.
O en los boletos pasajes ya viejos,
―fechas de un ayer―,
existe el poema. Existe el poema
entre el humo del café,
las servilletas
dobladas sobre la mesa,
en los tenedores y cuchillos desordenados
contra el esplendor de la cocina.
Existe el poema
en las resquebrajadas paredes,
las gotas últimas de la canilla.
Existe el poema en la vendedora
―una nena con cara de Dios―
ofreciéndome caracolas.
       Yo me las llevo,
las deslizo hacia mis oídos.
Y escucho un susurro, estos versos:
tristeza
          tristeza
                    tristeza.




Sin intervalos



Vivo
en un teatro
donde actúan mis esperanzas.
De vez en cuando proyecto
sobre el escenario
pantallazos de deseos.

Ella se divierte
contemplando la escena.
Se ríe
de sólo mirarme
por cómo despliego,
con total sentido del fracaso,
mi furia de ideales.

Ella
es la dueña del teatro,
la misma
que apaga la luz.
La vida misma
bajándome el telón.

Trampa



Alcohol,
deleitable exilio
enroscándose en la rosa.
Vaporoso mar
sinfónico
hacia las rimas de la muerte,
del olvido.


¿Seré uno de ellos?



Pensar
que sobre las calles suburbios,
ellos caminan cavan gritan.
Pensar
que se hunden en los bares
fumando el tabaco de la soledad.
Seres como restos de la noche
hacia la nada, la aérea nada,
un vacío que desviste, hace harapos
los sueños.
Pensar
que ahora mismo, ahora,
zarpan barquitos de sus deseos,
temblorosos, 
agujereados. Dejando entrar
toda el agua del mundo,
toda la oquedad, la tristeza abismando
ya su esperanza, ya su furor.
Pensar  
que no consiguen dormir,
que los sobresalta un martilleo:
una furia de petrificar, esculpir
su legado en la rosa.

Más vino


                                            “dame más vino, que la vida es nada
                                                                                    Fernando Pessoa



Debajo de mí,
de este pozo,
el agua.
La misma agua
destilando
su alcohólica tristeza.
Aquí,
donde el cristal se inunda
de vino aéreo,
de vinos ausentes.
Aquí,
en esta vida de ojos líquidos
que contemplan
el exilio de la rosa,
una viña
en la sangre de mis ojos.




Eclipsado



Y bajé de mí,
desde la profunda y ancha
caverna de los sentidos.
Alucinando cómo
hacia lo alto
infinitas caravanas en imágenes desfilaban,
allí
       por el cielo,
un eclipse de luna abriéndose
entre acordes de furor
   ―jazz―
desplegándose sobre un campo
donde miles de chicos hacia el escenario gritaban
                The Doors The Doors
llevando entre sus bocas porros
encendidos,
bailando alocadamente
como chamanes místicos.

Pero yo
en contemplaciones me quedaba
adorando aquel eclipse,
un barco, esta nostalgia:
Rimbaud navegando.




Barco último


He construido,
madera a madera,
una tristeza a la deriva,
un barco ciego.
¿Sobrevivirá
en el silencio del murallón:
tu partida?
¿Tu fuga de mis ojos
que ya no son mar,
sino
simples maderas de agua,
de olvido?


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