A través de una noche en pleno día
vagamente he conocido a la muerte.
No la acompaña ningún lebrel;
vive entre los estanques disecados,
fantasmas grises de piedra nebulosa.
¿Por qué soñando, al deslizarse con miedo,
ese miedo imprevisto estremece al durmiente?
Mirad vencido olvido y miedo a tantas sombras blancas
por las pálidas dunas de la vida,
no redonda ni azul, sino lunática,
con sus blancas lagunas, con sus bosques
en donde el cazador si quiere da caza al terciopelo.
Pero ningún lebrel acompaña a la muerte.
Ella con gran amor sólo ama a los pájaros,
pájaros siempre mudos, como lo es el secreto,
con sus grandes colores formando un torbellino
en torno a la mirada fijamente metálica.
Y los durmientes desfilan como nubes
por un cielo engañoso donde chocan las manos,
las manos aburridas que cazan terciopelos o nubes descuidadas.
Sin vida está viviendo solo profundamente.
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