viernes, 30 de agosto de 2019

La profesora de química / Francisco Madariaga







Un aire de cedros verdes sobre las casas amarillas, 
un sol de nieve de leche, ácidos y profesores de química: 
está tan cáustico el aire entre las tablas del gabinete, 
oh el zinc marrón hierro de las primeras casas 
y los cedros encerrados entre paredes amarillas, 
y mi sed sobre el aire y ese leve sol de agua pálida, 
las municipalidades amarillas, el viento eterno entre los árboles, 
y la profesora amarga de treinta y cinco años duros pero hermosos: 
ojos nublados por un azul de laboratorios y oscuras prácticas, 
sigue siendo la misma causticidad de labios duros, 
y el vestido marrón ceñido de brillante madurez, 
tan concentrada en tantos pálidos estudiantes de voces mediocres e infantiles. 
Oh los dedos hermosos de ácidos y cristales y combustibles 
que arden con colores rabiosos y tristes como yo 
cuando la miro tan diluida, dura, hermosa; 
ardiente, acaso, y dulce, en su lejano domicilio.




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