viernes, 24 de mayo de 2019

Geriátrico / Antonio Requeni








Todo está en orden: 
las paredes asépticas, 
el puntual almanaque, 
los exactos latidos del reloj. 
Una mujer de blanco les sonríe 
mientras ellos deambulan 
entre escarchadas toses y jadeos 
o miran desfilar mundos extraños 
en la pantalla del televisor. 
Uno hace un solitario con los naipes. 
Otro, con un pañuelo, frota el vidrio 
de sus anteojos, lento, ensimismado. 
Alguno se dirige 
hacia la habitación en donde, a oscuras, 
da de comer a sus recuerdos. 
Toman el té a las cuatro. 
La cena es a las siete. 
A las ocho se acuestan. 
Ella siempre está allí, los acompaña. 
A veces les da un beso, 
una caricia helada, maternal, 
y ellos se quedan 
quietos, dormidos como niños.



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