Este
es mi corazón: una bomba de tiempo impreciso.
Para vivir, se alimenta de pájaros a los que traga como
una jaula. Pájaros cuyo piar resignado se confunde
con latidos.
Para vivir, también me hace creer ilusiones fantásticas:
ser Omar Kahyam cubriendo con odres sin término
cráteres lunares
ser el perro que al fin es dueño de un baldío
techado con huesos robados a cementerios jóvenes
o ser quien salta al aire montado en una escoba
con cabeza de mujer cuya voz me susurra que soy yo
su amor, su único amor, u arrasador amor.
Alguna vez mi corazón fue una cruz que habla, que dijo:
“Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Y yo hice
silencio, porque él era sólo mi corazón, no mi hijo.
Otras veces muerde, y es como una trampa que desmenuza
las costillas de un oso; tanta es la mordedura
que la desearían en invierno, la crueldad,
los espejos que delatan la decepción
o palabras como nudillos-huesos-alaridos.
Pregunto: ¿es mi corazón el
autor de la frase: “Sus ojos
se cerraron y el mundo sigue
andando?
Mi
corazón a veces se emociona. Y cuando esto sucede
siento que Archimboldo me transmuta las orejas
en jardines, los pómulos en hojas de un otoño de
limones explotando, y una humedad parecida al
brillo de los bosques me decora, como pulpa,
la sonrisa.
Otras veces me asusta. Y cuando mi corazón se asusta es
como un parir por la garganta al amigo agonizando,
a la cama de Dios solitaria y desnuda, o
un rayo deshaciendo al árbol que daba sombra
a los insolados.
Insisto, corazón, ¿eres tú
quien escribió que la vida es
sueño? ¿Eres quien da la
orden de detenerse o continuar
a estas piernas de furioso día,
de endeble noche?
Pero
no. ¿Cómo podría yo querer esconder tu isla y
naufragarte? Sucede que me aferro a una mujer
—días sin conjeturas en los remos de su abrazo—
y olvido tu borrasca y bebo de otro mar
y sus orillas.
En el fondo, corazón, quiero creer que estás enamorado
solo de la tierra profunda, donde bullen
las hormigas
los topos
las papas cuyo destino presienten el hervor
los muertos amados que regresan solo un poco menos
muertos
los muertos odiados que ya nunca
y Julio Verne en el centro del descenso.
Corazón: vivamos juntos mientras seas penumbra que emerge
de la luz más antigua e instantánea.
¿Qué haría yo contigo si pudiera? Oh, nada del otro mundo,
Corazón. Sólo devorarte los párpados para
Que continuaras despierto.
Ramponi, un poeta, al hurgar en tu océano de sangre,
escribió que todo es posible: el corazón lo sabe.
Ah, Ramponi, amigo mío nunca visto. ¿Y si el corazón
el saber y calla, qué será de nosotros
remeros en la arena?
Pero no te estremezcas, corazón: no hay en mí nada
nada natural y espantable como por caso un búho que
descubre a la rata y se abalanza como un meteoro
negro y la lleva consigo y la devora y entrecierra
los ojos y después dormita. En mí hay sólo
un desconocido ciudadano que escribe desde
su refugio de papeles expuestos al fuego, hasta
que la cercanía del vecino presienta que ni él
ni yo estamos solos, aunque vivamos sitiados
por el terror y la ilusión.
¿Fuiste tú quien escribió
que el resto es silencio?
¿Lo fuiste, corazón?
¿Me escuchas?
Este
es mi corazón: una bomba de tiempo impreciso.
Para vivir, se alimenta de pájaros a los que traga como
una jaula. Pájaros cuyo piar resignado se confunde
con latidos.
Para vivir, también me hace creer ilusiones fantásticas:
ser Omar Kahyam cubriendo con odres sin término
cráteres lunares
ser el perro que al fin es dueño de un baldío
techado con huesos robados a cementerios jóvenes
o ser quien salta al aire montado en una escoba
con cabeza de mujer cuya voz me susurra que soy yo
su amor, su único amor, u arrasador amor.
Alguna vez mi corazón fue una cruz que habla, que dijo:
“Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Y yo hice
silencio, porque él era sólo mi corazón, no mi hijo.
Otras veces muerde, y es como una trampa que desmenuza
las costillas de un oso; tanta es la mordedura
que la desearían en invierno, la crueldad,
los espejos que delatan la decepción
o palabras como nudillos-huesos-alaridos.
autor de la frase: “Sus ojos
se cerraron y el mundo sigue
andando?
siento que Archimboldo me transmuta las orejas
en jardines, los pómulos en hojas de un otoño de
limones explotando, y una humedad parecida al
brillo de los bosques me decora, como pulpa,
la sonrisa.
Otras veces me asusta. Y cuando mi corazón se asusta es
como un parir por la garganta al amigo agonizando,
a la cama de Dios solitaria y desnuda, o
un rayo deshaciendo al árbol que daba sombra
a los insolados.
quien escribió que la vida es
sueño? ¿Eres quien da la
orden de detenerse o continuar
a estas piernas de furioso día,
de endeble noche?
naufragarte? Sucede que me aferro a una mujer
—días sin conjeturas en los remos de su abrazo—
y olvido tu borrasca y bebo de otro mar
y sus orillas.
En el fondo, corazón, quiero creer que estás enamorado
solo de la tierra profunda, donde bullen
las hormigas
los topos
las papas cuyo destino presienten el hervor
los muertos amados que regresan solo un poco menos
muertos
los muertos odiados que ya nunca
y Julio Verne en el centro del descenso.
Corazón: vivamos juntos mientras seas penumbra que emerge
de la luz más antigua e instantánea.
¿Qué haría yo contigo si pudiera? Oh, nada del otro mundo,
Corazón. Sólo devorarte los párpados para
Que continuaras despierto.
Ramponi, un poeta, al hurgar en tu océano de sangre,
escribió que todo es posible: el corazón lo sabe.
Ah, Ramponi, amigo mío nunca visto. ¿Y si el corazón
el saber y calla, qué será de nosotros
remeros en la arena?
Pero no te estremezcas, corazón: no hay en mí nada
nada natural y espantable como por caso un búho que
descubre a la rata y se abalanza como un meteoro
negro y la lleva consigo y la devora y entrecierra
los ojos y después dormita. En mí hay sólo
un desconocido ciudadano que escribe desde
su refugio de papeles expuestos al fuego, hasta
que la cercanía del vecino presienta que ni él
ni yo estamos solos, aunque vivamos sitiados
por el terror y la ilusión.
que el resto es silencio?
¿Lo fuiste, corazón?
¿Me escuchas?
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