viernes, 23 de diciembre de 2022

Nocturno / Oliverio Girondo

 






Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces
trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote
hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo,
y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los
patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las
mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,
como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad,
en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles
para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.
Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas,
tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes,
como un gato o como un ladrón.
Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano
por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no
hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.





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