El otoño me regala una hoja.
Con temblor que imagino suplicante
acaba de caer junto a mí.
Última llama que se disuelve,
una hoja reclama mi atención más exacta,
mi más desprendida devoción.
El otoño me regala una hoja.
Remota fragancia, final rubor,
no tiene otra rama que la improbable mirada de un transeúnte,
no cuenta con otra salvación que mi despedida.
Una hoja
desesperadamente pretende instalarse en mi pecho.
Quiere el leve saludo del vagabundo,
la hermana mirada del condenado,
la cálida complicidad de la maldición.
¿Pero qué puedo hacer con ella
si mi temeraria vida de profesor visitante
apenas si me permite coleccionar libros de texto?
Indiferente a mis justificaciones,
frágil y terca como la esperanza,
pide ser acogida por mis dedos.
¿Pero qué puedo hacer con este espectro
que ante mí empalidece desprendido del árbol vital?
Por otra parte,
yo me especializo en literatura cubana del siglo 19.
No sé de botánica.
El otoño me regala una hoja
que sin mayores trámites se apodera de mí
y convertida ya en hoja de papel
me obliga a dibujar en ella mi autorretrato.
El otoño me regala una hoja
—una hoja blanca de papel—,
patria infinita del desterrado
donde todas las furias se arremolinan.
El otoño me regala una hoja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario