Es
tarde. Ya remamos toda el agua del día
y aún golpeamos lo remos contra la orilla de la noche
porque nadie nos enseñó a dejar de remar.
Nos sentamos sobre la orilla a soñar con la orilla;
a nuestros pies se agolpan a jugar los peces.
Como
no sabemos pescar, nos hicieron remeros.
Tenemos
ojos hermosos:
verdes como el agua de nuestros países,
rojos como el agua de nuestros países,
amarillos como el agua de nuestros países.
La gente, maravillada, trata de no aplastarlos cuando nos camina encima.
Pero son ciegos. De todos modos, el único peligro
es que se nos quiebre un remo. Entonces caemos. Al agua, a morir,
a que los peces nos coman si fuésemos un pescador. A los peces
les gusta imaginar que están comiéndose un pescador. A nosotros,
considerando que un poco antes de morir uno se encuentra siempre
al borde de la muerte, también.
Somos muchos. Hay noches en que la orilla se llena
de miles de nosotros. Nuestros ojos alumbran en la oscuridad
y atraen a los turistas. De unas monedas de ellos, de unas palabras,
hacemos fuego y podemos vivir.
y aún golpeamos lo remos contra la orilla de la noche
porque nadie nos enseñó a dejar de remar.
Nos sentamos sobre la orilla a soñar con la orilla;
a nuestros pies se agolpan a jugar los peces.
verdes como el agua de nuestros países,
rojos como el agua de nuestros países,
amarillos como el agua de nuestros países.
La gente, maravillada, trata de no aplastarlos cuando nos camina encima.
Pero son ciegos. De todos modos, el único peligro
es que se nos quiebre un remo. Entonces caemos. Al agua, a morir,
a que los peces nos coman si fuésemos un pescador. A los peces
les gusta imaginar que están comiéndose un pescador. A nosotros,
considerando que un poco antes de morir uno se encuentra siempre
al borde de la muerte, también.
Somos muchos. Hay noches en que la orilla se llena
de miles de nosotros. Nuestros ojos alumbran en la oscuridad
y atraen a los turistas. De unas monedas de ellos, de unas palabras,
hacemos fuego y podemos vivir.
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