II
Y digo "creo" porque no sé, nunca sabré.
Como si te dijera: he visto esta mañana dos o tres hojas
amarillas que
se agitaban en el árbol, un árbol,
pura fragilidad, inminente pero delicada, en el aire frío
de diciembre.
Como si te dijera: esta mañana salí al balcón y, a mis
pies, la parra
era una espesura macilenta recorrida
apenas por el
susurro de las voces,
no sólo ahogadas brutalmente sobre la tierra,
pero también esas voces ahogadas sobre la tierra.
Entonces, ¿dónde empezó el encuentro, no de un cuerpo
sobre otro sino
de una sombra en la otra o del aire
con el aire o
de una mirada hacia la otra?
¿en qué momento de ayer —¿de qué ayer?—
dejamos
ver las cosas para
adivinarnos, a tientas, uno en el otro
y en los otros,
o sea, válida luz esta luz
la del
presentimiento?
¿a la mañana de qué día hemos llegado o vuelto cuando
nos inunda el
mar azul, y los barcos pudriéndose
sobre la arena,
y el olor a historias de hombres sin
otra historia
que el tiempo justo para vivir y morir?
Desde la ventanilla del tren se alcanza a ver la vieja
casona donde la hiedra es un fino trazo sobre los
altos muros.
Es un resplandor fugaz, muy fugaz, que ilumina tu perfil
dorado por el
sol.
¿El sol? Sí, creo que es el sol.
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