Yo no
digo por qué ni para qué ni cómo.
Simplemente
contemplo.
Voy a
las cosas y pronuncio nombres.
Desde
oscuras raíces de mi sangre
sube
a veces un canto que celebra
ya la
luz o los ríos.
Por ejemplo,
esta tarde
me he
detenido a contemplar el cielo.
Qué bien
queda esa nube suspendida…
Y ya
mi voz comienza a difundirse
en el
sosiego trémulo del aire.
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