martes, 26 de julio de 2016

El naufragio de una voz








Recuerdo haber leído en internet —sería el 2004 o 2005— una serie de poemas bajo el nombre Cármina Marina. Recuerdo haberme emocionado por el fulgor de claridad en las imágenes, recuerdo haberme preguntado cómo habría hecho el autor para escribir con tal intensidad.
Sé que fue por aquel tiempo, y por una sencilla razón: yo no conocía a Marcelo di Marco. Digo que no lo conocía, porque ni siquiera imaginaba con asistir a su taller, publicar mi primer libro. A decir verdad, a mí me fascinaba —y aún me fascina— la poesía Imaginista: nombre pergeñado por Ezra Pound para plasmar una clara imagen en la mente del lector.
Marcelo, hace pocas semanas, me contó que había publicado un nuevo libro de poemas. Nadie lo sabía. Era secreto. Cármina Marina debía ser un regalo para su esposa, Nomi Pendzik.
Y así, después de la segura sorpresa de Nomi, también lo fue para mí mismo: Marcelo me confió el libro de poemas. Más de diez años después, Cármina Marina estaba en mis manos.
Y quedé realmente conmovido: volví a pasar por el corazón los poemas de Cármina Marina. Un libro que da cuenta no sólo del amor de Marcelo para su esposa, sino para la poesía misma. Porque son poemas lúcidos, poemas que despertarán en cualquier lector un sinfín de sensaciones que los sacará del mundo de todos los días.
Pero quisiera decir algo más: Marcelo —a modo de presentación— en la contratapa parafrasea a un poeta: “Me atrevo a decirlo”. Palabras que trazó Eliot en el poema “La canción de amor de J. Alfred Prufock”.
Y yo también me atrevo a decirlo, yo también voy a parafrasear a Eliot: “El mejor crítico es aquel que convence a un lector para que lea un poema”.
Dios quiera que yo lo haya logrado. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario