Recuerdo haber
leído en internet —sería el 2004 o 2005— una serie de poemas bajo el nombre Cármina Marina. Recuerdo haberme
emocionado por el fulgor de claridad en las imágenes, recuerdo haberme
preguntado cómo habría hecho el autor para escribir con tal intensidad.
Sé que fue por
aquel tiempo, y por una sencilla razón: yo no conocía a Marcelo di Marco. Digo
que no lo conocía, porque ni siquiera imaginaba con asistir a su taller, publicar
mi primer libro. A decir verdad, a mí me fascinaba —y aún me fascina— la poesía
Imaginista: nombre pergeñado por Ezra Pound para plasmar una clara imagen en la
mente del lector.
Marcelo, hace
pocas semanas, me contó que había publicado un nuevo libro de poemas. Nadie lo
sabía. Era secreto. Cármina Marina
debía ser un regalo para su esposa, Nomi Pendzik.
Y así, después
de la segura sorpresa de Nomi, también lo fue para mí mismo: Marcelo me confió
el libro de poemas. Más de diez años después, Cármina Marina estaba en mis manos.
Y quedé
realmente conmovido: volví a pasar por el corazón los poemas de Cármina Marina. Un libro que da cuenta
no sólo del amor de Marcelo para su esposa, sino para la poesía misma. Porque
son poemas lúcidos, poemas que despertarán en cualquier lector un sinfín de
sensaciones que los sacará del mundo de todos los días.
Pero quisiera
decir algo más: Marcelo —a modo de presentación— en la contratapa parafrasea a
un poeta: “Me atrevo a decirlo”. Palabras que trazó Eliot en el poema “La
canción de amor de J. Alfred Prufock”.
Y yo también me
atrevo a decirlo, yo también voy a parafrasear a Eliot: “El mejor crítico es
aquel que convence a un lector para que lea un poema”.
Dios quiera que yo
lo haya logrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario