domingo, 21 de agosto de 2016

Canción de amor de J. Alfred Prufrock / T.S Eliot

                           




Vamos, entonces, tú y yo,
cuando la tarde se extiende contra el cielo
como un paciente anestesiado en una mesa;
vamos, por ciertas calles muy poco concurridas,
murmurantes guaridas
de malas noches en hoteles recubiertos de costras
y restaurantes con serrín y conchas de ostras:
calles que siguen cual tediosa discusión
de insidiosa intención
hasta llevarte a una pregunta abrumadora…
Ah, no preguntes, “¿Cuál es?”
Vamos a hacer nuestra visita de una vez. 

Las damas en la sala andan en ronda
hablando de Leonardo y la Gioconda. 

La niebla amarillenta que se frota el lomo en ventanales,
El humo amarillento que se frota el hocico en ventanales,
pasó la lengua por las comisuras de la noche,
se demoró en los charcos que se estancan en los albañales,
dejó caer sobre su lomo hollín caído de las chimeneas,
se deslizó por la terraza, dio un salto en un chasquido
y, al ver que era una suave nochecita de octubre,
se enruló en torno a la casa y se quedó dormido. 

Y seguro habrá tiempo
para el humo amarillo que resbala por la calle mientras
se va frotando el lomo en ventanales;
habrá tiempo, habrá tiempo
de preparar una cara para encontrar las caras que te encuentras;
habrá tiempo de matar y de crear, a una y otra punta,
y tiempo para todos los trabajos y los días de las manos
que alzan y sueltan en tu plato una pregunta;
tiempo para ti y tiempo para mí,
y tiempo todavía para cien indecisiones
y tiempo para cien visiones y revisiones
antes del té con tostadas por ahí. 

Las damas en la sala andan en ronda
hablando de Leonardo y la Gioconda. 

Y seguro habrá tiempo
de preguntar: “¿Me animo?” y: “¿Me animo?” y: “¿Si pudiera?”;
tiempo de darse vuelta y bajar por la escalera,
con algo de calvicie en medio de mi cabellera…
(Dirán: “¡Cómo los pelos le van quedando escasos!”)
Mi saco matinal, el cuello firme montado hasta el mentón,
mi corbata rica y sobria, pero afirmada por un simple espetón…
(Dirán: “¡Pero qué flacos las piernas y los brazos!”)
¿Me animo, si pudiera,
a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
para decidir y revisar lo que un minuto cambiará en lo inverso. 

Pues las he conocido ya todas, conocido todas antes…
He conocido ya las noches, mañanas, tardes, he
mensurado mi vida en cucharitas de café;
yo conozco las voces que agonizan en caída agonizante
bajo la música de más lejanas salas.
¿Cómo pues darme alas? 

Y he conocido ya los ojos, conocido todos…
Los ojos que te fijan a fórmulas vacías,
y una vez formulado, despatarrándome en un espetón,
Una vez espetado a la pared y retorciéndome hasta por los codos,
¿Cómo empezar a la sazón
a escupir todas las colillas de mis días y vías?
¿Y cómo darme alas? 

Y he conocido ya los brazos, todos conocido en general…
Los brazos enjoyados y blancos y desnudos
(Pero a la luz de la lámpara, ¡levemente velludos!)
¿Es perfume que viene de un vestido
lo que a la digresión me habrá inducido?
Brazos posados en la mesa, o envueltos en un chal.
¿Y habría pues de darme alas?
¿Y cómo habría de empezar?
. . . . .
¿Voy a decir: pasé al oscurecer por unas calles angostas
y miré el humo que sube de las pipas
de hombres solos en mangas de camisa, asomados a ventanas?… 

Yo debiera haber sido un par de pinzas rasposas
precipitado por el fondo de mares silenciosos.
. . . . .
Y la tarde, la noche, ¡con qué paz duerme aquí!
Por unos dedos largos alisada,
dormida… fatigada… o enferma simulada,
estirada en el piso, cerca de ti y de mí.
¿Habría, tras el té y los pasteles y helados de crema,
de tener fuerza para hacer estallar el dilema?
Pero aunque yo he llorado y ayunado, llorado y rezado,
aunque vi mi cabeza (un tanto calva) traída en una fuente,
No soy ningún profeta, y esto no es un asunto trascendente;
he visto parpadear mi momento de grandeza,
he visto al eterno Sirviente sostenerme el abrigo y reír
con turbieza,
Y, en resumen, me he asustado. 

¿Y acaso habría valido al fin la pena, sí, después de todo,
después ya de las tazas, las mermeladas, tés,
entre la porcelana, entre charlitas de ti y de mí por vez,
acaso habría valido al fin la pena
haber cortado la cuestión con mi sonrisa amena,
haber estrujado el universo hasta hacerlo una bola de modo
de lanzarlo a rodar hacia alguna pregunta abrumadora,
y de decir: “Soy Lázaro, vuelto de entre los muertos,
vuelto para contarles todo a ustedes, voy a contarles todo”,
Si alguna, acomodándose una almohada con ojos entreabiertos,
dijera: “Eso no es lo que quise decir, de ningún modo.
Eso no es, de ningún modo”? 

¿Y acaso habría valido al fin la pena, sí, después de todo,
acaso habría valido al fin la pena,
después de los ocasos y jardines y las calles rociadas,
después de las novelas, de las tazas de té, las faldas arrastradas
por detrás…
Y esto, y tanto más?…
¡Imposible decir lo que quiero decir exactamente!
Mas cual si enviara una linterna mágica dibujos de los
nervios ahí enfrente:
¿Acaso habría valido al fin la pena
si alguna, acomodándose una almohada o arrojando un chal,
y girando con rumbo a la ventana, dijese:
“Eso no es, de ningún modo,
eso no es lo que quise decir, de ningún modo”?
. . . . .
¡No! Yo no soy ningún príncipe Hamlet, ni tenía que serlo;
soy un noble del séquito, un tipo que podrá
inflar un desarrollo, iniciar una escena o dos quizá,
aconsejar al príncipe; sin duda, un instrumento facilón,
deferente, contento de ser de cierto uso,
cauto, político y meticuloso;
lleno de frases elevadas, pero un poco obtuso;
a veces, en verdad, casi ridiculoso;
casi, a veces, el Bufón. 

Estoy avejentado… Estoy avejentado…
El pantalón me va a quedar holgado. 

¿Habré de repartirme el pelo atrás? ¿Me animaré a comer
una papaya?
Voy a ponerme pantalones blancos de franela y caminar
por la playa.
He escuchado cantar a las sirenas, entre sí. 

Yo no creo que vayan a cantar para mí. 

Las he visto cabalgar mar adentro las olas
peinando el pelo blanco de las olas soplado hacia atrás
cuando el viento sopla el agua blanca y negra al ras. 

Nos hemos demorado en las cámaras marinas
junto a chicas marinas coronadas de algas rojas con marrón
en los extremos
hasta que voces humanas nos despierten y entonces
nos ahoguemos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario