viernes, 13 de agosto de 2021

Tulipanes / Sylvia Plath

 





Los tulipanes son muy sensibles, y es invierno aquí.
Mira qué blanco está todo, qué quieto, qué nevado.
Estoy aprendiendo a estar en calma, yaciendo sola, tranquila
como la luz sobre estas paredes blancas, esta cama, estas manos.
No soy nadie, no tengo nada que ver con estallidos.
Les di mi nombre y mi ropa de diario a las enfermeras,
mi historia al anestesista, y mi cuerpo a los cirujanos.

Y aquí estoy, con la cabeza suspendida entre la almohada y el embozo,
como un ojo entre dos párpados blancos que no quieren cerrarse.
Estúpida pupila, siempre tiene que captarlo todo.
Las enfermeras pasan una y otra vez, sin molestar,
igual que pasan las gaviotas volando tierra adentro, con sus cofias blancas,
las manos ocupadas, la una idéntica a la otra,
por lo que resulta imposible decir cuántas hay.

Mi cuerpo es un guijarro para ellas, lo atienden como el agua
atiende a los guijarros por sobre los que pasa, puliéndolos suavemente.
Ellas me traen el sopor con sus brillantes agujas, me traen el sueño.
Ahora que me he perdido a mí misma, estoy harta de equipajes:
mi maletín de cuero para la noche como una negra caja de remedios,
mi esposo y mi hija sonriéndome desde una fotografía;
sus sonrisas se meten bajo mi piel, pequeños anzuelos sonrientes.

Dejé que las cosas se deslizaran, soy una balsa de treinta años
obstinadamente amarrada a mi nombre y mi dirección.
Han borrado mis asociaciones amorosas.
Asustada y desnuda en la camilla de plástico verde, almohadillada,
veía cómo mi juego de té, mis aparadores, mis libros
se hundían hasta perderse de vista, mientras el agua me iba llegando al cuello.
Ahora soy una monja, nunca fui tan pura.

No quería flores, quería solamente
yacer con mis manos hacia arriba y sentirme completamente vacía.
Qué libre es una, no tienes idea hasta qué punto:
sientes una paz tan grande que te aturde, y sin exigir nada
a cambio, salvo una etiqueta con tu nombre, unas cuantas chucherías.
Eso es lo que se aferran finalmente los muertos, me los imagino
cerrando su boca sobre eso, como si fuera una hostia.

Los tulipanes, para empezar, son demasiado rojos, me lastiman.
Incluso a través del papel de regalo podía oírlos respirar
ligeramente, a través de sus envoltorios blancos, como a un horrible bebé.
Sus pétalos rojos le hablan a mi herida, y ella les corresponde.
Son de lo más sutiles: parecen flotar, pero me hunden,
perturbándome con sus súbitas lenguas y su color,
una docena de pesadas plomadas alrededor de mi cuello.

Nadie me observaba antes, ahora me siento observada.
Los tulipanes me miran, y también la ventana,
donde una vez al día un rayo de luz, lentamente, crece y decrece,
Y me veo a mí misma, plana, ridícula, una sombra en un papel,
entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes.
Y no tengo apariencia, he querido desparecer.
Los vividos tulipanes me devoran el oxígeno.

Antes de que ellos llegaran, el aire era bastante calmo,
entrando y saliendo de mi aliento, sin agitación.
Luego los tulipanes lo volvieron vibrante como un fuerte ruido.
Ahora el aire choca y se arremolina alrededor de ellos, como un río
choca y se arremolina alrededor de un barco hundido, oxidado y rojo.
Atraen mi atención, que antes era feliz
jugando y descansando, sin comprometerse con nada.

También las paredes parecen estar entibiándose.
Los tulipanes deberían estar enjaulados como animales peligrosos;
están abriéndose como la boca de una terrible pantera,
y soy consciente de mi corazón: él abre y cierra,
el cáliz de su roja flor sólo por amor a mí.
El agua que pruebo es tibia y salada como el mar,
y viene de comarcas tan lejanas como la salud.





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