viernes, 1 de marzo de 2019

Terapia intensiva / Joaquín Giannuzzi








En la cama de enfrente
el hombre amaneció roncando
con una desesperada convicción
en la boca abierta. Goteaba el suero
hacia sus venas. De mi vientre salían
dos tubos de plástico
en los que burbujeaban una espuma rosada
como si fuera el lenguaje
decisivo de mis entrañas. A un lado
alguien tosía sus últimas vísceras.
Detrás del vidrio de la ventana
se balanceaba una rama primaveral
ostentando la vida que nos debía
a cambio de los desórdenes
que tumbaban nuestra pálida osamenta.
Todo parecía en suspenso
entre la enfermedad universal
y las oportunidades ofrecidas a la muerte.
En el pasillo aleteó una enfermera
y la seguimos con los ojos para hurgar
en el fermentado secreto
de nuestro prontuario clínico:
pero no logramos alcanzar
su distante y fatigado corazón.





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