I
Ahí estaba el roble en medio del campo tocado por la
lluvia de la
mañana
y la sombra ocre de hojas y más hojas a sus pies,
caminé hacia él entre la niebla sostenida en el aire como
el aliento de
la ceniza
y sus ramas desnudas aguantaban la tristeza del mundo,
y cómo goteaba.
Bajo todo eso me cobijé para pensar en ella junto al
fuego,
ella observando
pensativa cómo crepitan los leños,
con el rostro iluminado por el temblor de las llamas
mientras las gotas caían sobre mi cabeza descubierta
II
Y volví hasta la casa sorteando el cielo entre los
charcos:
¿qué de mi tristeza crepitará entre sus brazos bajo la
luz
de su rostro?
¿qué ramas del roble crecerán en la noche de este país
hasta encenderse?
¿qué de nuestro fuego echará raíces hasta abrazar el
mundo?
III
Sólo ella puede transformar la hoja en palabra
en este poema que sostenido por ella sólo existe,
esta hoja de roble a trasluz de las llamas
hasta que sus nervaduras ardan junto a su rostro
pensativo:
demasiado fuego para que no crepite entre sus manos
como breve ceniza que se suma a la ceniza,
humo fugaz que sube hacia la niebla
donde el roble sostiene la tristeza del mundo
para que exista este poema donde ella, sólo ella
transforma la palabra en hoja para que siga ardiendo.
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