Perdida
entre juguetes
¿Cómo
fue que esta pena logró vencer
las
maquinarias del tiempo
de
las que nada escapa?
La
mañana abre su ventana de cielo
y
me susurra: Todo lo que quisiste
se
ha marchado.
Todos
se han ido,
¿no
es verdad que vuelves a llorar,
otra
vez,
con
lágrimas viejas?
Hasta
la última astilla de tu caballo balancín
ha
devenido en helado puñal.
Sí,
mientras todo se fue despojando en silencio,
mi
alma coleccionó antiguos resplandores,
fotografías
en el relicario de la memoria:
el
caballo con perfume de pino
—aquel
que una vez talló papá bajo la tarde de un verano—,
la
muñeca a la que siempre le faltó un ojo,
la
casa de una infancia tramada con amuletos,
alquimias
y secretos del este de Europa,
un
jardín en el que todavía por las noches
contemplamos
con mi madre —ella desde otro cielo—
las
estrellas,
la
puerta tranquera por la que una vez, hace ya mucho,
entró
mi primer amor.
Y
volveré a casa
una
y otra vez,
bajo
antiguos hechizos,
a
rescatar a mi caballo,
a
ver cómo se vuelven a erguir los rosales,
cómo
se encastran de nuevo —como piezas del Rasti—
las
paredes derrumbadas.
Volveré
a reconquistar aquello que amé demasiado.
¿Estaré
a tiempo todavía?
Porque
de algo estoy segura:
mi
caballo seguirá balanceándose de soledad,
partiéndose
en más astillas-puñales
hasta
el infinito.
Hasta
el fin del mundo.
Cuando
la belladona florece
Temblando
entre la noche velada,
intuyo
el acecho de la bestia.
¿Vendrá?
¿Vendrán
los colmillos
desde
el valle sombrío,
la
piel ardiente que palpita?
Y
el espejo me devuelve una muñeca
por
siempre maldita.
Desde
su eterno y negro tanatorio,
se
relame entre tinieblas:
brilla
una perla roja
en
la palidez de las comisuras,
los
ojos muerden
el
aire y las lágrimas.
Espejito,
espejito:
¿quién
es en la tierra
de
todas la más perra?
Y
la noche se coagula en cristal y mercurio,
y
el espejo escupe un lobo,
un
vampiro,
un
espectro.
La
luz de la luna es
apenas
una honra fúnebre,
el
último llamado para el licántropo.
¿Se
cumplirá la leyenda?
¿El
lobo se devorará
a
la más bella de las no-muertas?
Y
sigo esperando desde estos jirones
de
azogue y de sangre.
¡Luna,
luna de cuernos de azufre,
esta
noche no invoques a la bestia!
¡Qué sorpresa, querido Javier! Muchas gracias por compartir estos poemas en tu blog.
ResponderEliminarTe mando un abrazo muy grande
Mariláu
De nada, querida poeta. Los poemas lo merecían.
ResponderEliminarUn beso,
Javier.