viernes, 7 de abril de 2017

Correspondencias / Santiago Kovadloff




El terrier de mis vecinos no ladra ni llora: aúlla.
Su queja elemental no cede, acosa la mañana,
puede más que la pared que nos separa,
más que el libro en qué reposo y más
que mi abstracción sabática.

Algo de mí supura en ese aullido;
un nervio viejo, vivo, un tiempo primordial
en ese espejo donde me cabe y se me escapa
la voz del oprimido que el terrier huele y llama.

Y se me abren las venas de un secreto,
la caldera de los miedos se derrama,
gime el rezagado,
busca el burdo algún portón,
el libro cae, lo sumerjo
entre mis patas afiebradas
y alzando el cuello
no ladro ni lloro: aúllo.




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