domingo, 16 de septiembre de 2012

La mano / Eugenio Mandrini






¿Qué ama el hombre cuando su mano acaricia
el cuerpo de una mujer? ¿Sólo el asombro
del cuerpo de la mujer? ¿La penumbra ama, donde
parece flotar el cuerpo de la mujer y la mano
sostenerlo, buzo en el aire? ¿El susurro
del gemido ama cuando la mano se interrumpe
breve instante, y el cuerpo de la mujer
sufre y exhala? ¿O es la mano que acaricia el cuerpo
de la mujer lo que ama el hombre, mano capaz de
moldear una lágrima o hacer de la sábana
un templo?
                  La lengua, en realidad, haría
lo mismo, y la nariz, y también un solo dedo,
y hasta el muñón de la mano, si ella,
vestida con las ropas de mi madre o en túnica
de fanstama, cantando la escena de la locura
o abrazada al retrato del demonio, o bien
traída por las piedras del cielo o el soplo
de la luz, vuelve a ese que volveré
a ser.
                 De otro modo, ¿qué de esta mano?
¿sólo dada a escribir palabras sin saliva de dragón
o tras oír golpes en la puerta, abrirla,
para que entre el frío? Mano mía,
                                                  háblame.


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