viernes, 15 de septiembre de 2017

Los castillos de arena / Eugenio Mandrini






Un hombre y una mujer que se han mirado a los ojos
         por un instante
         para siempre,
las manos apretadas como aferrando un enigma,
entran a una habitación sabiendo que toda habitación
         es una fuga al infinito,
y antes que la pasión, sus húmedos desórdenes y vagas
         ternuras, fueran a trinar o dar estallidos,
pacientemente, como quien modela un bosque con una
         pluma caída de una jaula,
cierran la puerta, la ventana, las hendijas más
         invisibles, y aun las mismas grietas que perduran
         en los sueños
         (muros todos para que el viento —bestia de rencor—
         no derribe los castillos de arena)
y solo entonces vuelven a mirarse a los ojos
         para siempre
         en un instante,
y hechizados por la inminencia de lo sobrenatural,
         se quitan las ropas, las sombras,
         los vacíos vividos, las piedras no arrojadas,
ansiando que esta vez, espléndido y extraño
         brille el sol —remoto mar—
         en la noche, por un instante
para siempre.



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