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Y no solamente el olvido
de las
aguas:
también
la tarde se repliega,
se
silencia de sopor salino.
En
rumores se desprende, se retira,
así también
como el mar.
La tarde
ahora en lo tardío se adivina:
ahora
la tarde en lo tardío, sumergida.
Como latido
así de luz, casi encendido
que
se oye acaso muerto de crepúsculo.
Del día,
la caída aquí y ahora. Pero tu luz,
ah,
tu luz, lo indescifrable, la paz, su suceder
—qué
inefable contingencia en tu mirada—,
tu radiante
aura, su destello. La fuente, sí,
delicada
de leticia que allí se fragua y surge,
que
se eleva de lo hondo
en tu
pupila.
Dejame
demorarme en esa epifanía luminosa.
La sombra
se apoderaría de la mar,
distendería
la noche sobre el mar
la
solemne intensidad de su armonía,
ese
telón de insistente peso lento,
si cerrases
los ojos. Si cerrases los ojos.
¡Gracias, querido Javier!
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