martes, 7 de enero de 2014

Ricardo Molinari / El sueño





Todo el día te sostengo
sueño, y en mí vas callado
y vencido,
todo el aire te detengo,
disuelto y aprisionado,
parecido.                 .
Ya placer mortal de nada,
vagas fugitivo y quieto,
en despego,
sombra subida, asomada,
al cenit duro y secreto,
sin sosiego.

Sola voluntad conmigo
corres la edad, los desiertos
y los vientos;
solo y tan solo al abrigo
de estos aires descubiertos
y momentos.
Bajas de ti en mí, extraño,
a este cesar pasajero,
de vacío,
en querer dormido y daño,
o ya en anhelar ligero,
por ser mío.

Y llamo en ti la mañana,
clara, incomparable, y viva,
imposible,
el ramo y la luz lejana,
delicada y sucesiva,
increíble;
el tiempo indolente y alto,
coronado y entendido
en ti, espacio;
aliento y niebla, salto
de aire al aire sostenido,
y despacio.

Arriba, sereno e inquieto,
remontas  y bajas, muerto,
ay, y vivo;
alegre y triste, sujeto
a otras alturas, despierto
y cautivo.
Excelso o pequeño subes,
suspiro de estar conmigo,
breve y tanto; te levantas
a las nubes
perdido en mí y contigo
entretanto.

Delicia y luz esplendente
y muerte sin morir llena
recogida,
toma ya entre mis cabellos
estas tinieblas, la serena
despedida;
la ardiente y callada sombra,
mi boca, y las dudas frías;
sueño, sueño,
ten de mí —de quien te nombra—
los idos y ansiosos días
en su dueño.
Y en su mano enamorada
deja la flor ascendente
y apretada,
la blanca llama impaciente,
suavísima y desatada,
reluciente.



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