Entro
a casa a las tres de la tarde.
Yo no
debía volver hasta la noche
pero un
olvido me impuso el regreso.
No
hay nadie aquí.
Camino
a mi cuarto me golpea
la inmóvil
contundencia de las cosas
y me
siento un intruso en la casa vacía.
La
cosas son los habitantes de la casa.
Las
cosas que salen a vivir
cuando no
estamos
y un
silencio quieto oprime todo
como
un dios insidioso a su universo.
La
extraña relevancia de un zapato,
la ropa
inerte en la cama deshecha,
vasos
a medio beber en la cocina,
prueban
que a esta hora
la casa nos
excluye,
que
aquí, a esta hora, solo viven las cosas,
las
cosas desprendidas de nosotros
que
se extienden por la casa con un aliento ajeno,
con
una fuerza que me empuja hacia la puerta,
que exige
que me vaya, que olvide lo que busco,
que
vuelva por la noche a una casa que no es ésta.
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