jueves, 14 de abril de 2011

La máquina de Allen Ginsberg



Tremenda técnica, si es que la hubiera: Aullido, de Allen Ginsberg. Una conjunción de imágenes disparadas por el objetivo o resplandor de los ojos. En cada estrofa, un click de su proyector personal. Por ejemplo:
                                   
                                     (CLICK)

He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa.
                                                            
                                     (CLICK)

Quienes se encogieron sin afeitar y en ropa interior, quemando su dinero en papeleras y escuchando el Terror a través de las paredes.

                                     (CLICK)

Quienes dieron vueltas y vueltas en la medianoche por el patio de trenes preguntándose
adónde ir, y fueron, sin dejar corazones rotos.
 
Inigualables puntos de apoyo para establecer esta fiesta de imágenes, deambulando en la tierra, infierno o paraíso, bien a lo Rimbaud. Esos quienes, esos he visto, que también hizo uso o practicó, por ejemplo, Perlongher, Marcelo di Marco.

Imagínense a alguien sentado junto a la ventana de un bar, viendo cómo se cierran y se abren imágenes de ardor. Imagínense a alguien en una estación del ferrocarril, alucinando cómo pasan, desfilan estampas: clicks y demás clicks de un daguerrotipo poético infinito. O quizá también, por ejemplo, a alguien sentado ―o quizá descansando― entre los asientos del subterráneo de Buenos Aires.
Díganse, cuestiónense lo que logra ver; lo que se plasma, lo que se inaugura con los ojos.
Sean testigos del aquelarre. Sean Aullidos, estallidos fotográficos. Y escriban: revelen esas instantáneas. Rebélense.

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