martes, 4 de enero de 2011

Más vino

Confesión de un borracho



Me gusta abismarme
en hondos pasillos del sueño.
Me gusta su abertura líquida
para contemplar lo imposible.
Me gusta caminar por las calles,
tambalearme en la noche
como si hubieran pozos parpadeando.
Alucinar
que me devora un esplendor.

Brillos en lo profundo.

¿Ojos de ella?








Un ciego contempla el mar

                                          "He visto lo que el hombre ha creído ver"
                                                                                 Rimbaud
                                                                             


He visto olas de bocas, labios que penden
de un cielo que gotea
más labios. He visto olas que besan
con desesperación la madrugada,
desplegándose en luminosas
lenguas
filosas,
arrancando y devorando mis ojos.
He visto pies que caminan errabundos,
piernas
galopando líquidas centelleando al sol,
marchando a través de mí. He visto
orejas de nácar
adormeciéndome en ebrias sinfonías,
y donde sólo se oyen
voces, el eco de marismas.
Yo he visto brazos, codos,
donde se apoyan o descansan
horizontes de cristal. Y donde pleamares
de oscilantes dedos
moldean el amanecer
contra mis pupilas apagadas.
He visto y he visto una negra cabellera
de algas
enroscándose en la profundidad
de los abismos: la noche en mis manos.
Y he visto
bajamares, montes de Venus
―rompiente de la belleza―,
donde la luna acampaba en la piel
tendida del mar. He visto pestañas,
las he visto ondular en el musgo
de mi corazón,
estallando en espuma a lo lejos.
Yo he visto en marejadas y torrentes muslos,
aquella guarida donde tiemblan
las olas y sus resquicios ignorados.
Realmente he visto ojos, coágulos,
heridas abriéndose en enigmas:
faros de cielos líquidos alumbrándome
por confines eléctricos. Los he visto
acribillarme con su amor amor amor,
mientras esplendían en rojas caravanas
al vaivén de los limbos. He visto,
ardiendo he visto,
atardeceres de manos que tocaban
la lira azul de soledad:
olas de uñas, crepúsculos rasgados
cegándome otra vez para siempre.
He visto olas
de pechos, pequeñas islas abandonadas
que duermen inasibles
para gaviotas y otras naves de la visión.
Y he visto lo que el hombre
ha creído ver:
Olas del sueño cristalino que amanecían
entre ráfagas de lágrimas, furias
de la noche y el día estallando
en rayos violetas de la mar.

Olas, yo he visto todas las olas, corrientes.
Sólo formas:
un cuerpo, un tembladeral he visto
danzando contra mis ojos.

Olas:
vos imaginada.





Resplandor en el mercado Chang



Con  botellas vacías
entro al mercado.
Una viejísima joven
se encuentra en la entrada. Creo
que espera algo. Desde la vinería
alucino a Dios
espiar entre las verduras.
En la carnicería, un hombre
agita su cuchillo, corta el aire.
―Figuras sangrientas se derraman
por su blanco delantal―.
La china del sector fiambres
se desparrama
como la belleza del mercado.
Lo juro, hacía tiempo
que no veía ojos semejantes.
En la panadería, una señora
acaricia el pan. Sonríe a todo,
a todos.
Yo me llevo varios panes,
también algunas cervezas.
Aquí todo habla, destila
un chorreo de luz.
La muchacha viejísima de la entrada,
sigue esperando.
¿Rogará alguna sobra?.
Yo me encuentro en la fila
para pagar mi cena. Digo,
unas cervezas: oro líquido,
como dijo no sé qué poeta.
Realmente, aquí sucede algo.
Siento compasivos rasguños:
un gatito desea treparme.
Mientras lo levanto, contemplo un bebé
de ojos rasgados. Con sus manos
nada el aire.
Quizás él quiera huir
al ver tantas caras desconocidas,
tantas luces. Yo las contemplo parpadear
sobre los tomates, las paredes,
y en los vinos que tiemblan
sobre estanterías de soledad.
La soledad, ese brillo, ¿lámparas del lugar?
¿Los ojos de la china? ¿El gato trepándose?
¿El PoeRembrandt del carnicero?
¿El claroscuro de mis botellas vacías?
¿Yo, entre los pasillos,
viendo como la mujer de la entrada
grita un silencio, resplandece?

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